Las dos principales corrientes políticas son conservación y progreso. Los primeros defienden el estatus quo, mientras los segundos arriesgan para defender nuevos proyectos. Ambas tendencias son necesarias. Los conservadores tienen aversión al riesgo, destacan por el realismo dentro de la coyuntura económica, pero presentan poca sensibilidad respecto a las desigualdades sociales. Los progresistas asumen riesgos, defendiendo nuevos proyectos que reduzcan las desigualdades, pero esta tendencia lleva a cometer más errores en el corto plazo. Las dos corrientes pueden debatir de forma racional, defendiendo sus posiciones. Solo se les pide a ambas seriedad y respeto a la verdad.
Sin embargo, hay una tercera corriente que presenta gran fuerza en algunos momentos de la Historia: la reacción. Destaca por la falta de racionalidad en los debates, aludiendo constantemente a dios, a la patria o a conspiraciones. Su manifestación más preocupante fue el fascismo. Esta tendencia cobra fuerza desde hace años.
La política es un escenario en el que la honradez y la verdad escasean; los políticos muchas veces mienten sobre hechos concretos para ganar electores. La reacción va más allá: defiende una realidad alternativa, basada en datos objetivamente falsos. Esta realidad alternativa, basada en el rencor, denigra la diversidad sexual, la igualdad entre géneros, la defensa de la igualdad material y no tiene la más mínima empatía con las personas migrantes, víctimas de un mundo con grandes desigualdades. Las crisis y las desigualdades sociales generan ira. La reacción busca chivos expiatorios para descargar esa ira. Un día fueron los judíos y los comunistas, hoy son los progresistas y, sobre todo, las feministas.
Es difícil encontrar una línea lógica entre el discurso y las propuestas. Eso a la reacción no le importa, porque se basan en la emoción y no en la razón. Por ejemplo, Vox defiende un programa claramente elitista mientras dice defender a la patria y, con ello, a la gente trabajadora de nuestro país.
La grave crisis sanitaria que estamos viviendo debería unirnos, sin importar el color político. Mientras tanto, la ultraderecha pide responsabilidades criminales contra el presidente del gobierno por una gestión que, al margen de errores frente a la novedad de la situación, no está siendo muy diferente a la del resto de países europeos. Una vez más, muestra cómo la patria solo es un discurso.
Inventan mentiras, las comparten por redes y no solo canalizan el odio, sino que tratan de sembrar nuevo odio. Intentan movilizar a la gente más vulnerable en estos momentos, utilizándoles para derrocar un gobierno. Es lícito hacer oposición, aunque en tiempos de crisis sanitaria creo que deberíamos ir todos a una, pero no quieren derrocar al gobierno para mejorar la vida de las personas más vulnerables, sino para defender su realidad alternativa. Cada vez que compartimos información falsa difundida por la ultraderecha, o permanecemos inmóviles ante las mentiras, entramos en su juego.
Es muy importante comprender la naturaleza de la reacción para evitar que triunfe. En estos tiempos es muy importante no compartir las mentiras que se difunden por redes sociales. La ultraderecha española sigue la misma estrategia que Trump o Bolsonaro. Presentan gran influencia en el mundo digital, orientada a generar polémica a través de mentiras. No les importa difundir que un político tiene ambulancias en la puerta de su casa o utilizar incluso a los profesionales sanitarios, héroes en primeria línea de fuego frente al coronavirus, a través de contenido digital directo a las entrañas, para perseguir sus fines. Porque la ultraderecha no defiende la ética, no defiende la racionalización de los debates, sino que habla desde las vísceras.