Héroes cotidianos

   “Nadie es más que nadie”. Esta frase, manida pero poco aplicada, se muestra clara durante una crisis. El clasismo, impulso de alguna gente para despreciar a personas de profesiones poco valoradas socialmente, que no poco valorables, se desnuda. Y qué me dice un arrogante de la persona de la limpieza que ayuda a sus padres jugándose su salud, de la persona que trabaja en la caja del supermercado para que su familia pueda comer… En estos tiempos probablemente diga, aunque solo sea por pudor, que son héroes. Pero que no se le olvide cuando pase la crisis. 

   La jerarquía social, el clasismo en todas sus variantes, es el verdadero mal de la sociedad. Capitalismo de casino, machismo, depredación de la naturaleza… Todos estos males evolucionan con una misma raíz: la jerarquía. Es decir, la superioridad que algunas personas tienen para mirar por encima del hombro a los demás.

   Cuando me refiero a la jerarquía como mal no me refiero a la disciplina, orden y claridad, tan necesarias durante una crisis. Estos tres valores son necesarios, pero pueden agruparse en torno a los rangos profesionales. Quien más sabe de un tema, por estudio o experiencia, debe ejercer el liderazgo. Pero este liderazgo no es absoluto, sino relativo a sus conocimientos. No es más que otra persona, simplemente sabe más de ese tema y tiene una responsabilidad con la sociedad.

   Michael Mann, cuando analizaba las sociedades de cazadores-recolectores[1], destacaba cómo se organizan en torno a rangos. No creo en la idea del “buen salvaje”[2], en la perversión social de un fantástico buen ser humano, pero sí creo en una máxima: el rápido desarrollo de la técnica y el lento desarrollo del pensamiento social, constante en aumento exponencial desde hace dos siglos, lleva a problemas en la organización social. 

   Esta perspectiva, la de la superioridad jerárquica, fomenta la competitividad extrema.  El extremismo de mercado evoluciona desde una visión jerárquica de la sociedad. La diferencia entre dioses, ricos y famosos, y mortales, resto de la población que aspira a ser como los dioses, lleva a pisar a quien tenemos al lado, intentando ascender en la escala del juego social. Todo evoluciona desde esta realidad, difícil de cambiar. En mi opinión siempre habrá juego social, pero las normas pueden cambiar el concepto “jerarquía” por “rango”. Esto se materializa en una disminución de la desigualdad económica, es decir, de la asignación monetaria del éxito, en un replanteamiento de qué significa triunfar, ya que en el fondo quien triunfa lo hace por casualidades biológicas y sociales, y en una defensa férrea del respeto.

   En un principio, todas las personas deben ser respetadas en igualdad. De sus acciones, de la simpatía[3], citando el término de Adam Smith, o dicho de otra forma de las “intenciones de su corazón”, dependerá nuestra respuesta en la vida cotidiana. Cabe destacar el concepto de “simpatía” como base de las relaciones sociales porque rompe con los estereotipos acerca de Smith, padre del capitalismo. Pone de manifiesto que lo redactado en La riqueza de las naciones fue una ruptura temporal con el Antiguo Régimen, pero no verdades eternas. El neoliberalismo cita constantemente a Smith, pero a muchas personas les sorprendería leer las nociones de este autor sobre cómo debe organizarse la sociedad más allá de las contingencias del realismo político. 

   Asumir que una profesión vale más que otra es asumir una rígida visión supremacista del rango. Asumir que una persona vale más que otra por tener más dinero es asumir una visión supremacista de lo monetario. ¿Por qué empleo la palabra “supremacista”? En clara referencia a los tiempos del supremacismo racial. Igual que el supremacismo racial es un claro error, refutable en términos científicos, el supremacismo profesional y monetario también lo es.

   Toda persona es un producto de casualidades biológicas y sociales, es decir, depende de sus capacidades biológicas y de los condicionantes sociales. Alguien se preguntará, si todo vale igual, ¿dónde queda la meritocracia? Y encontrará la respuesta una vez más, sorprendiendo a propios y extraños, en Smith y la Teoría de los sentimientos morales. El mérito depende de las decisiones que, sea por beneficio propio o altruismo, benefician a la sociedad, poniendo el foco en la sociedad y no en el individuo. 

   Desde una perspectiva sistémica[4] la meritocracia es útil porque asigna actuaciones ventajosas a los sistemas, pero el mérito no es una genialidad aislada, sino que depende de las condiciones del sistema. Es decir, debe valorarse toda acción beneficiosa para el sistema, pero no encumbrar a quien la realiza por encima del resto.

   Me gusta referirme a quienes se enfrentan al coronavirus como héroes, pero incluso en estos momentos no considero que sean superiores a los demás. Considero que tienen mérito porque nos ayudan a todos. Incluso los héroes cumplen un papel dentro del sistema. 

   La jerarquía es una forma de comportarse en el día a día, fruto de la dialéctica entre amo y esclavo[5]. Muchas veces me planteo cuáles fueron los errores del marxismo, intentando no caer en el exceso o falta de crítica del gigante del pensamiento que fue Karl Marx. Incluso creo que hablar de errores no es acertado. Creo que se debería hablar de hipótesis refutadas, ya que el gran pensador de Trier fue ante todo un científico social.

   El marxismo no rompió con la dialéctica amo-esclavo, sino que acudió a Maquiavelo para proyectar una futura ruptura. Es decir, asumió que el fin justifica los medios. Planteó la lucha del proletariado, como tipo ideal de la bondad humana, para alcanzar la sociedad comunista. De este modo, no identificó que dentro del propio proletariado se daba la relación amo-esclavo propia de la jerarquía. Lo que sigue a continuación es la URSS, con graves problemas sociales y una nomenklatura por encima del resto de la sociedad. 

   La dinámica amo-esclavo es tóxica. Genera relaciones asimétricas de dependencia. Romper con ella genera relaciones sociales más saludables. Para perseguir este fin no existen reglas perfectas, sino empatía, reflexión y humildad.

   Bourdieu identificaba muy bien las técnicas de reproducción social[6]: capital económico, cultural, social y simbólico. Todas las personas, en nuestras relaciones cotidianas, tenemos cuatro herramientas que inducen nuestra forma de actuar: el dinero y bienes que poseemos, la diferenciación cultural propia de las clases sociales, las relaciones y contactos y la reputación y carisma. Estas cuatro herramientas, que inducen lo que Bourdieu identifica como habitus, nos ubican dentro de la estratificación social, pero son técnicas de reproducción del sistema, es decir, dependemos de las condiciones del sistema. De este modo, incluiría un quinto capital: el capital de comprensión sistémica, o capital sistémico, como excedente para generar relaciones sociales saludables.

   El capital sistémico ayuda a abstraerse de las lógicas de estatus-rol. Cumplimos un papel en las relaciones cotidianas, un rol, derivado de nuestro estatus. Siguiendo esta lógica, propia de la elección racional, se desarrollan relaciones artificiales dominadas por el clasismo, dependiendo del estatus. 

   El capital sistémico ayuda a analizar nuestro comportamiento y el del resto de personas como una combinación entre características biológicas y condicionantes sociales. A continuación, breves relatos de vida para emplear el capital sistémico, aplicación de la empatía.

   Un día cualquiera nace una mujer, con capacidades biológicas que no destacan, en una familia pobre. Sus padres le dicen constantemente que no vale para estudiar y ella no estudia. Saca la ESO y trabaja de cajera en un supermercado. Ve los programas del corazón y escucha reggaetón (nunca olvidemos que los gustos no son inferiores o superiores, sino que se enmarcan en la estratificación social[7]). Esta mujer no destaca en lo laboral o simbólico, pero cuida de sus padres hasta sus últimos momentos, nunca pone un “pero” a ayudar a los demás y educa a sus hijos en el trabajo y la empatía. Esta persona, ante la crisis del coronavirus, te sonreirá mientras se juega la salud para tranquilizarte en tiempos de crisis.

   Un día cualquiera nace una mujer, con capacidades biológicas que destacan, en una familia rica. Sus padres le educan en un colegio privado y lleva a cabo una carrera profesional brillante. Tiene gran reconocimiento social, toca el piano y sabe de memoria los versos más importantes de los autores clásicos. Es dueña de una empresa de reparto a domicilio. Durante la crisis echará a los trabajadores que se nieguen a hacer repartos prescindibles.

   Un día cualquiera nace un hombre, con capacidades biológicas que destacan, en una familia pobre. No estudia, pero se busca la vida para ganar dinero. Tiene en su habitación una gran foto de Pablo Escobar desde los 14 años. Y seguirá su ejemplo. Llegará alto en su círculo dentro de la economía sumergida. Durante la crisis obligará a sus “machacas” a llevar el producto a cada casa, sin importar poner en riesgo o no la vida de los demás.

   Un día cualquiera nace un hombre, con capacidades biológicas que no destacan, en una familia rica. Sus padres no quieren presionarle para estudiar; saben que se le da mal. Lleva las cuentas de la empresa de los padres, una cadena de reparto de comida a domicilio. Su círculo de amigos del colegio privado le llaman “fracasado”. Durante la crisis solo repartirá comida a personas vulnerables, reduciendo el precio y garantizando la seguridad de sus trabajadores. Además, él mismo dejará a un lado las cuentas por unos días y se pondrá a repartir para dar ejemplo.

   Tenemos claro qué lugar ocuparía cada una de estas personas en la jerarquía social, en función de la riqueza y habilidades. Las combinaciones para inventar relatos de vida son infinitas; en estos casos se muestran claros contrastes. En relación con el capital simbólico, tenemos claro quiénes están en el bando de los “triunfadores” y quiénes en el de los “perdedores”. Por otro lado, ganar o perder siempre depende del entrenamiento y de las condiciones del juego. Tenemos claro quiénes nos pueden ayudar a ascender en la escala de la jerarquía[8]. Pero también tenemos claro quiénes nos ayudarán en un mal momento.

   Analizar estas situaciones es aplicar el capital de comprensión sistémica. Analizar los resultados e intenciones dentro de los juegos sociales. Este paso es muy importante para asignar el mérito. Generalmente se asimila el mérito al mito de los “triunfadores”, quienes desarrollan profesiones más reconocidas en términos monetarios. Sin embargo, dejamos a un lado las intenciones. Los resultados dependen de la habilidad y dinero en los juegos sociales, pero las intenciones dependen de la personalidad. 

   Los héroes cotidianos consiguen convertir las malas experiencias en buenas respuestas. Muchas veces no destacan, pero sus intenciones marcan diferencias. Cada una de estas cuatro personas descritas actúa en las coordenadas lógicas de la realidad, pensadas mediante palabras, para desarrollar sus emociones, las intenciones de su corazón. En mi opinión esto es lo más importante de la vida: las intenciones del corazón. Suena muy naif, y no creo que todo se deba basar en buenas intenciones, pero las ubicaciones jerárquicas (tener dinero, fama, capital cultural…) son casualidades de la vida, ya que incluso la capacidad de trabajo (útil y meritoria) no se entiende aislada de los factores biológicos y sociales. Sin embargo, las intenciones del corazón son fallos del cálculo racional para maximizar utilidades, muestras de humanidad que convierten a los autómatas sociales en personas. La construcción de formas de organización social basadas en la cooperación, en la empatía, es el primer rasgo de civilización humana[9].

   Ahora bien, ¿cómo medimos las intenciones? La propia incapacidad para medirlas en términos cuantitativos plantea la duda acerca de cómo debemos responder y, por tanto, cómo debemos analizar los condicionantes biológicos y sociales en cada persona. Las respuestas personales pueden entenderse a través de la tríada emoción, razón y acción. Las capacidades de razonar llevan a disonancias entre las emociones y las acciones. En el ámbito cotidiano solo se puede responder comprendiendo las intenciones a través de la inteligencia emocional[10], de la empatía. En el ámbito político y social las disonancias pueden minimizarse con educación desde que somos pequeños para expresar las emociones, y en el ámbito práctico en la edad adulta a través de la intervención psicosocial, con profesionales que nos ayuden a mostrar las emociones dentro de los marcos lógicos de las relaciones sociales. 

   El debate sobre resultados e intenciones es complicado y está polarizado entre “buenismo” y realismo. En mi opinión hay que defender un equilibrio, pero, sobre todo, hay que valorar a cada persona abstrayéndose de su ubicación jerárquica dentro del sistema. Entro en este debate para introducir el concepto de mérito en nuestra sociedad y, cómo no, la diferencia entre la teórica igualdad de oportunidades y la igualdad de oportunidades real.

   Aplicar el capital sistémico, que al fin y al cabo es aplicar la teoría crítica que busca profundizar en los debates, lleva a compartir el “velo de la ignorancia” de Rawls[11]. El “velo de la ignorancia” nos pone en la siguiente situación:

   Imagínate que, antes de nacer, no conoces la riqueza, habilidades y relaciones que tendrás. Imagínate que debes decidir cómo se organiza la sociedad, el nivel de desigualdades que debe existir desde el nacimiento. Probablemente intentes ser imparcial, ya que el cálculo de probabilidades te lleva a desear una posición original sin desigualdades. Para maximizar las posibilidades de empezar bien tu vida probablemente elegirás una sociedad con oportunidades para todas las personas, con equidad, y de este modo nacerás con garantías.

   El “velo de la ignorancia” entronca con la posición original, es decir, el punto de partida para cada persona. Actualmente existen extremas diferencias desde que nacemos. Siempre habrá diferencias de riqueza, habilidades y relaciones, pero el aprendizaje del “velo de la ignorancia” nos lleva a defender la igualdad de oportunidades real, trabajando por reducir las desigualdades.

   Algunas personas dicen que hoy en día existe igualdad de oportunidades, que da igual dónde nazcas porque siempre puedes alcanzar el “éxito”, basándose en la hipotética igualdad jurídica de todas las personas. Esto es rotundamente falso. No existe igualdad de oportunidades y por ello hay que diferenciar entre la teórica igualdad de oportunidades, palabras, y la igualdad de oportunidades real, hechos. Esta afirmación se basa en diversas investigaciones sociales[12], en pruebas empíricas, que refutan la teórica igualdad de oportunidades.

   La racionalización de la ética lleva a que tanto desde el liberalismo, Rawls era un pensador liberal, como desde el socialismo se defienda la igualdad de oportunidades real. Esta realidad se da porque, desde el rigor en ciencias sociales, aplicando la lógica y la investigación empírica para el análisis del problema de la igualdad de oportunidades, la posición original de Rawls, ejemplificada a través del “velo de la ignorancia”, es una conclusión basada en principios científicos.

   Sin embargo, las últimas corrientes del liberalismo, el llamado neoliberalismo que en la práctica es un abandono de la tradición filosófica desarrollada por Adam Smith, no defiende la igualdad de oportunidades real. Incluso en ocasiones cita a Smith, sin comprender que el pensador escocés fue un científico social hijo de sus tiempos. Rawls desarrolló la ética desde el paradigma liberal hasta sus últimas consecuencias lógicas, plasmadas en la inimitable Teoría de la justicia

   El pensamiento de Rawls en Teoría de la justicia tenía un gran problema: ponía en cuestión el orden sistémico que encumbró a políticos y empresarios liberales. Es decir, ponía en peligro los privilegios de las clases sociales que durante siglos se habían amparado en el liberalismo para defender un sistema que, aun siendo claramente mejor que el Antiguo Régimen, presentaba graves problemas.

   Cuando la ética liberal desarrolló su materialización más refinada, y esta teoría ponía en cuestión los privilegios, solo quedaba un camino libre: el abandono de la ética por la estética de la Posmodernidad. Incluso, basándose en la interpretación trascendental de ética y estética de Wittgenstein, cuando decía que eran “uno”[13], se amparaba en una grave confusión.

   Wittgenstein fue el más grande pensador del siglo XX, pero su consideración de la ética como una cuestión trascendental, “uno” con la estética, creo que fue un grave error. Y lo digo basándome en su propio paradigma, ya que “ética” y “estética” son dos palabras con definiciones diferentes que plantean cuestiones distintas. Si sabemos que hay una herramienta útil llamada ética, que plantea una racionalización del bienestar dentro de los marcos lógicos de la realidad, no emplearla sería un error, comparable a seguir haciendo fuego con dos piedras.

   ¿Cuándo se plantea la ruptura entre liberalismo y neoliberalismo? Durante la polémica entre Rawls y Nozick. El primero defendía, siguiendo el enfoque ejemplificado en el “velo de la ignorancia”, el papel del Estado para generar redistribución social. El segundo veía esta acción como un tipo de paternalismo, creyendo que “deben permitirse todos los actos capitalistas entre dos adultos que estén de acuerdo”.

   Nozick defendía un pensamiento utópico basado en el hiperindividualimo, familiar en nuestros tiempos de competencia exacerbada. Pero ¿qué quiere decir que dos adultos estén de acuerdo? ¿De qué depende la autonomía de un adulto? ¿Cómo pueden existir acuerdos completamente libres en sociedades jerarquizadas? Si el niño parte de desventajas el adulto no puede sino ser fruto de esas desventajas, ya que depende de sus características biológicas y de los condicionantes sociales. Entonces, su acuerdo se desarrollará dentro de dinámicas dependientes entre amo y esclavo. De este modo, la utópica teoría de Nozick lleva a una mayor dependencia. Frente a la visión reticente ante toda acción del Estado, cuando este garantiza la igualdad de oportunidades real no limita la libertad, sino que ayuda a desarrollarla.

   El Estado no puede ser un Leviatán que controle a los individuos, pero tampoco puede desentenderse de los ciudadanos, ya que el Estado es un acuerdo colectivo para, a través de la cooperación democrática, garantizar la igualdad de oportunidades real. 

   Mientras escribo esto los telediarios hablan de la gran pandemia de nuestros tiempos, de escasez de respiradores, de UCIs al borde del colapso… De las dificultades que tiene el Estado, después de recortes en las partidas públicas en Sanidad durante años, para garantizar la salud pública. 


[1] Las fuentes del poder social, Michael Mann.

[2] En contraste con la idea del “buen salvaje”, defendida por varios teóricos de ciencias sociales actuales como, por ejemplo, John Zerzan.

[3] Sympathy, que transmite la noción de empatía y sentimiento común, es el término empleado por Smith en Teoría de los sentimientos morales. Parte de la tradición liberal interpreta que Smith defendía el egoísmo, pero este gran pensador defendía la prudencia en las relaciones cotidianas, la empatía con las demás personas sin reglas sagradas. 

[4] La teoría sistémica pone de manifiesto cómo las sociedades se basan en sistemas y entornos. Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general, Niklas Luhmann.

[5] Descrita por Hegel en Fenomenología del espíritu.

[6] Las estrategias de la reproducción social, Pierre Bourdieu.

[7] La distinción, Pierre Bourdieu.

[8] Mark Granovetter puso de relieve la fuerza de los “lazos débiles”, es decir, cómo tener muchos contactos sin una relación profunda es más útil para alcanzar el “éxito”. Esta realidad, basada en la lógica de la elección racional, lleva a relaciones superficiales para maximizar utilidades.

[9] Margaret Mead, al ser preguntada por el primer rastro de civilización humana decía que era “un fémur que se había roto y después sanado. Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización”, según el testimonio recogido por Ira Byock.

[10] Inteligencia emocional, Daniel Goleman.

[11] Teoría de la justicia, John Rawls.

[12] Recientemente destaca el informe de Philip Alston, Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de la ONU, acerca de la realidad en Estados Unidos. Pone de manifiesto que la doctrina del “sueño americano” está muy alejada de la realidad. Estados Unidos, en la actualidad, tiene muy bajas tasas de movilidad social intergeneracional mientras las desigualdades sociales se recrudecen. 

[13] Tractatus Logico-Philosophicus, Ludwig Wittgenstein.

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